La fragancia se abre con una sonrisa luminosa: la mandarina jugosa y vibrante, y la intensidad dulce y oscura de las grosellas negras encienden los sentidos como un atardecer que promete.
En el corazón, florece lo eterno: la majestuosidad aterciopelada de la rosa turca, al embrujo delicado del jazmín, y la exótica rosa del desierto, que aporta un misterio cálido y embriagador.
Finalmente, la fragancia se funde con la piel en un suspiro profundo: el almizcle blanco, íntimo y envolvente, el pachulí, terroso y sensual, el ládano, resinoso y magnético, y el sándalo, suave y persistente como una caricia que se queda.
Una sinfonía floral y amaderada que no se impone, seduce con elegancia, dejando tras de sí una estela de presencia y profundidad.