Desde el primer roce, neroli, mandarina y el dulce susurro del durazno despiertan los sentidos como un beso robado al amanecer: fresco, jugoso, inolvidable.
En el corazón de esta tentación florece la flor de azahar, blanca y luminosa, mientras el praliné derrite suavemente sus promesas sobre la piel, envuelto en el misterio cálido del Amberwood.
Y cuando el deseo se asienta, quedan las huellas profundas: la vainilla envolvente, la madera seca que susurra secretos al oído, y el pachulí terroso que se funde con el alma, como una mirada que no se olvida.
Una composición que no solo se huele… se siente, se respira, se desea.